martes, 30 de mayo de 2017

Así..... Alfonsina Storni

Así..... Alfonsina Storni

Hice el libro así:
Gimiendo, llorando, soñando, ay de mí.

Mariposa triste, leona cruel,
Di luces y sombra todo en una vez.
Cuando fui leona nunca recordé
Cómo pude un día mariposa ser.
Cuando mariposa jamás me pensé
Que pudiera un día zarpar o morder.

Encogida a ratos y a saltos después
Sangraron mi vida y a sangre maté.
Sé que, ya paloma, pesado ciprés.
O mata florida, lloré y más lloré.
Ya probando sales, ya probando miel,
Los ojos lloraron a más no poder.
Da entonces lo mismo, que lo he visto bien,
Ser rosa o espina, ser néctar o hiel.

Así voy a curvas con mi mala sed
Podando jardines de todo jaez.



martes, 23 de mayo de 2017

"Traidor de la patria"......Nazim Hikmet

"Traidor de la patria"......Nazim Hikmet

Yo soy traidor a la patria,
si la patria son vuestros ranchos,
si es todo lo que hay en vuestras cajas de caudales,
si es todo lo que hay en vuestros talonarios de cheques. Si la patria es reventar de hambre en las calles.
Si la patria es temblar de frío afuera como un perro
y retorcerse de enfermedades en verano,
si es beber nuestra sangre escarlata en vuestras fábricas Si la patria, es la porra de la policía.

Si la patria son vuestros créditos y vuestras remuneraciones. Los autorizo, escriban en caracteres negros


viernes, 19 de mayo de 2017

RHADAMANTHOS (Silvina Ocampo)

RHADAMANTHOS (Silvina Ocampo)


La envidiaba por sus pecados con una envidia que la carcomía, una envidia que no la dejaba descansar, y ahora, ahí estaba, muerta. Nada en el mundo podría resucitarla. Ahí estaba, muerta como una piedra preciosa, que no sufre, con todos los honores, con todas las ceremonias. ¡Ni siquiera desfigurada! Y si lo hubiera estado, alguien se hubiera encargado de ver en ella un encanto nuevo, el encanto de sus imperfecciones. Joven, nada le quitaría la juventud; tranquila, nada le quitaría la tranquilidad; impura, nada le quitaría su aparente pureza. Las iniciales, sobre el paño negro del coche fúnebre, brillaban, y sus retratos ya se repartían entre los amigos de la casa. No había modo de contener las lágrimas que vertían por ella un hijo de ocho años, un marido de treinta y esa corte ridícula de amigos que la admiraban, aún más que antes. En los armarios, aquellos vestidos que olían a perfume, serían sus delegados. Con ellos el recuerdo maquinaría costumbres, ritos en su memoria. Las santas tienen altares, pero ella, que se había suicidado, tendría en cada corazón alguien que suspiraba secretamente por su memoria.

Injusticias de la suerte, pensaba Virginia, mientras subía las escaleras. Yo que he sufrido tanto, yo que soy pura, yo que tengo a veces cara de muerta, yo que no tengo miedo a nadie, yo no me he suicidado. Nadie llora por mí.

Entró en el cuarto donde la velaban. Flores, las flores que le agradaban tanto, la cubrían. En la luz trémula de los cirios brillaban la frente, los pómulos, las mejillas, el cuello y los labios, como si estuviese viva. Ninguno de sus defectos se veía, ni los dedos de los pies, que eran tan insólitos, ni las piernas demasiado fuertes. Se había arreglado, peinado, pintado, para torturarla.

Para no verle la cara se arrodilló; para no pensar en ella rezó. Un zumbido de voces le llenó los oídos. La gente hablaba, ¿de qué? Sólo de ella. Era pura, decían, como la luz. Se puso de pie. Por suerte nadie advierte en las miradas los íntimos sentimientos de un ser.

Virginia se dirigió al dormitorio de la muerta. Buscó el peine, para peinarse, buscó el lápiz de los labios, para pintarse, buscó el perfume, para perfumarse, y se miró en el espejo. Salió de la casa apresuradamente; entró en una tienda donde compró papel de cartas (el papel que tenía en su casa era un papel ordinario). Caminó por la calle mirando la punta de sus zapatos de bruja; subió por un ascensor interminable, abrió una puerta y entró en su cuarto. Se puso a escribir maravillosas cartas de amor dirigidas a la muerta, revelando en ellas, con toda suerte de subterfugios, la vida monstruosa, impura, que le atribuía. Al pie de las cartas firmaba con el nombre del supuesto amante. En una noche, mientras velaban a la muerta, escribió veinte carta, cuyas fechas abarcaban toda una vida de amor.

A la mañana siguiente, al alba, hizo un paquete con las cartas, las ató con la cinta rosada de uno de sus camisones, las llevó a la casa mortuoria y las depositó en el armario de la muerta.


viernes, 12 de mayo de 2017

La Fe y las montañas ... Augusto Monterroso

La Fe y las montañas.... Augusto Monterroso

Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios.
Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, ésta no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior, cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.
La buena gente prefirió entonces abondar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio.
Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajero, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de Fe.






jueves, 11 de mayo de 2017

N.N.... Justo Piernes


N.N.... Justo Piernes

El muerto era mulato. Estaba allí en camilla del hospital suburbano. El médico firmó el acta de defunción:
–Sobredosis de alcohol.
Firmó y se fue. Quedó el enfermero, como última compañía del cadáver.
Burocráticamente llenó la ficha. Estatura: 1,73. Edad: 48 años, aproximadamente. Profesión: desconocida. ¿Filiación? N.N. 
El cuerpo de N.N. quedó allí iluminado por la tenue luz de la lamparilla de 40 bujías. La tarjeta del enfermo colgaba de un piolín atado a su mano derecha. Ya amanecía. Fue el fin de un hombre, de un soldado de la sociedad, de esos millones con rostros parecidos.
¿Habrá sido pobre? Seguro, por la pinta. Fue niño. ¿Habrá tenido hermanos? Unos diez. No conoció a su madre. Sí a su padre, pero poco. Se había ido cuando él era chico. Su madre real no era la madre muerta sino su hermana mayor, que le llevaba 25 años. Promiscuidad, dirían los sociólogos. Y lo de siempre en el subdesarrollo. La pelota, su juguete. La escuela que no sirve porque había que trabajar en un ingenio azucarero cerca de la gran ciudad. 
Así se hizo grande. Un muchacho que no leía ni escribía. Que jugaba al fútbol, lo único que sabía sin que nadie se lo hubiera enseñado. 
Fue una parábola. Un rayo. La fama. Toda. La decadencia. Toda. La cara hosca de perder hasta el opio de la gloria.
–No, viejo. Ya sabemos quién sos, pero andate del boliche que ahuyentás la clientela.
–Si no supo guardar la tela que ganó, ¿qué quiere que le haga?
–Qué vagabundo. Otra vez le pegó a la mujer, pese a que lo mantiene y le paga la bebida –exclamó cien veces el comisario del barrio.
El N.N. se fue alejando del ruido. Cada vez más lejos, enterrado en el último suburbio. Lejos del centro. Lejos de su pago, al que no se atrevió a volver.
Estaba flotando en el medio de una sociedad que lo había coronado. ¡Qué distante estaba todo! Aquel recibimiento. La apoteosis sobre el carro de los bomberos. Una lluvia de papeles sobre él. El Presidente abrazándolo, como queriendo demostrar ante el pueblo que el crack era su amigo.
El país y el mundo lo admiró. Lo coronó rey. No supo aprovechar la fama. Jamás lo intentó. Sí quiso prolongarla hasta el éxtasis. Era su vicio. Era su oxígeno. El retrato de noches pasadas y plagadas de halagos.
Restaurantes que se abrían de par en par sin pasarle la factura. Taxis que se negaban a cobrarle el viaje. Fotógrafos ávidos de redescubrirlo vivo, aun después de su máximo esplendor. Mujeres rubias y perfumadas revolcándose con él en las camas de lujosos hoteles. Su vanidad fue colmada cuando le apareció un hijo sueco, producto de una de sus aventuras en Europa. Tenía asegurada su inmortalidad. 
Nunca podría ser un N.N.
......
La tarjeta colgaba de su muñeca derecha. Un tosco hombre de la morgue apagó la luz que ya no hacía falta. Piadosamente le cubrió el rostro con una sábana.
–Alguien pasará a buscarlo.
N.N. volvió a quedar solo con sus sueños de gloria. Era un castigo. Justo él, un N.N. Justo él, que era saludado desde los ómnibus, desde los trenes, desde los ranchos de villas miserias, desde los balcones bacanes de los barrios residenciales.
N.N. se leía en la tarjeta iluminada por la primera luz del día en el barrio carioca de Bangú.
Por suerte, el muerto no podía leer. 
Por suerte, Garrincha no sabía leer.

(De Fútbol a puro cuento, Ediciones del Faro Verde, Argentina 1986. Compilador: Rodolfo Cuenca)


El Mundial 78 ... Mabel Pagno

El mundial 78.....Mabel Pagano.


Estaban ahí aquel día en que nosotros nos pegamos al televisor portátil llevado por el gerente, ya que el acontecimiento, muchachos, justifica el abandono del trabajo por un rato, imagínese, hace casi cuarenta años que los argentinos esperamos algo así. Vengan, chicas, que esto no se lo pueden perder y nosotras que ni locas, porque una cosa es un partido cualquiera y otra muy distinta, un Mundial. Pero la Flaca dijo yo tengo que hacer ese trámite de la importadora y se fue. Volvió cuando ya estábamos en los escritorios, todos emocionados porque todo salió perfecto, según Javier, y qué bárbaros los gimnastas, para el cadete y para nosotras, con la banda y el desfile y los papelitos, una maravilla, no sabés lo que te perdiste, pero la Flaca sin interesarse, ahí parada, con los ojos fijos en ninguna parte y diciendo que a la misma hora del festejo, ellas estaban ahí, en la Plaza, como cien, dando vueltas a la Pirámide, algunas llorando y otras diciéndoles a los periodistas extranjeros que no tenían noticias de hijos, hermanos y padres. Y los tipos seguro que los filmaban para hacernos quedar como la mierda en el exterior. Javier interrumpió golpeando el escritorio y el cadete asegurando que no importa porque, total, quién les va a dar bolilla a cuatro chifladas y nosotras diciéndole terminala con eso, Flaca, que por ahí, andá a saber cuál es la verdad y el gerente rematando con que me gustaría saber quién les paga para que saboteen la imagen del país. 
Los días siguieron: la República era una gran cancha de fútbol. 
Empatamos, ganamos, perdimos, pero no importa, porque la Copa se la van a llevar si son brujos y el televisor ya fijo en la oficina, mirá, mirá que remate, cómo se perdió el gol ese boludo y aquél hoy no pega ni una. Las mujeres, ya bien al tanto de lo que significa un córner, cuál es el área chica y qué es lo que debe hacer el puntero derecho. Pero Goyito, el de Expedición, desapareció hace cuatro días y nada, dale Flaca, vos siempre la misma amargada, el cadete con sonrisa de costado y Javier que por algo habrá sido, che, porque a mí todavía nadie me vino a buscar. Y ellas siguen ahí, dando vueltas a la Pirámide, ma sí, ya se van a ir, cortala, parecés la piedra en el zapato, pero tienen que darles una explicación, lo que tienen que darles es una paliza y listo, así se dejan de decir macanas cuando el país está de fiesta. Hay que embromarse con alguna gente, la patria no les importa, el gerente opinando desde la primera fila frente a la pantalla y la Flaca como para sí misma, el fútbol no es la patria. Gol. Gooooolllll. Golazo. ¡Ar-gen-ti-na! ¡Ar-gen-ti-na! 
¿Hacen falta seis para pasar a la final? Se hacen los seis, pero a la hermana de Carrasco la secuestraron anoche a dos cuadras de la facultad, que se embrome, por meterse donde no debe, dijiste vos y Javier yo siempre le vi algo raro a esa chica, enganchando enseguida con que después de los seis pepinos a los peruanos, concierto de cacerolas en los balcones de su edificio, en pleno Barrio Norte, nunca visto, el delirio, la locura y nosotras, contando de la caravana de coches y el novio y el marido, con las banderas, los gorritos y las cornetas, nos acostamos como a las cuatro y hasta la chica aquella, Mariana, la de Libertador, con la vincha y subiéndose a un camión que pasaba para el centro, no se puede creer, ¿viste? Por un anónimo, nada más que por una denuncia sin fundamento y al otro porque ayudaba al cura y a las monjas en la villa del Bajo Flores. Te digo que no me quedó uña por comerme y la hora maldita no pasaba nunca, tocando el techo con cada gol y mirando el reloj, hasta que al fin se dio. Se me cayeron las lágrimas, ¡qué final! ¡El que no salta es un holandés! Y los que desaparecen son argentinos, dale Flaca, no empecés, ¿no te dije, pibe, que la Copa se quedaba aquí? Todos con las banderas y los pitos, a gritar y a cantar, dale con el tachín- tachín, juntos, en aquella fiesta que parecía que no iba a terminar nunca, porque ganamos, salimos campeones y fue como una borrachera de la que nos despertamos con este dolor de cabeza que nos martillea las sienes y un revoltijo de estómago que aumenta a medida que la tapa de la olla se va corriendo. Las cuentas finales no aparecen y la lata está rota de tantas manos que se le metieron adentro. Pero lo peor es lo otro, ellas que siguen ahí, ellas, que ya estaban pidiendo por los que no estaban mientras nosotros saltábamos, sordos a lo que decían algunos como la Flaca, ustedes no se dan cuenta de lo que está pasando y cuando comprendan, ya va a ser tarde. Aseguraba que éramos como los alemanes, que veían el humo saliendo de las chimeneas de los campos de concentración y miraban para otra parte, se callaban, como callamos nosotros, entonces y después, tapándonos hasta las orejas cuando las sirenas nos interrumpían las noches, o escuchábamos algún grito, o se llevaban a alguien del piso de abajo. Nos dieron un pirulín para matar el hambre. Flaca, tenías razón y una entrada al circo para comprarnos la conciencia. 

(De Fútbol a puro cuento, Ediciones del Faro Verde, Argentina, 1986. Compilador: Rodolfo Cuenca. 


viernes, 5 de mayo de 2017

QUE NOS DEVUELVAN LA MITAD DEL DOLOR........Por VÍCTOR HEREDIA

QUE NOS DEVUELVAN LA MITAD DEL DOLOR........Por VÍCTOR HEREDIA
¿Dos por uno? Estoy de acuerdo pero quiero lo mismo para los míos, mis queridos. 
Esa conmutación de pena, de dolores, de picana, de disparo fatal y feroz escalofrío. Quiero la mitad del recorrido de la bala que los asesinó, que el cañón con que violaron a Cristina se quede a mitad de camino, que la trompada no llegue a destino, que la dejen amamantar a su hijo un poco más, para que esa ternura tape el olor a carne quemada que percibo cuando entro a Capucha o Capuchita. Quiero exactamente la mitad de todo lo que padecieron. Es decir que de tanto conmutar padecimientos al fin me los devuelvan con vida

Quiero al nieto de mi madre, a mi sobrino nacido en cautiverio, ese que por razones inconmutables nunca pudimos abrazar. Sí, quiero a mi hermana y a mi padre, los quiero aquí de nuevo como hace cuarenta años. ¿No les parece justo? 
Un dos por uno que retire ese océano de llanto que nos ahogó día a día en la desesperada espera. ¡Quiero ahora mismo la mitad de mi dolor, de mis temores, de mi exilio! ¿No pueden? ¿Cómo que no pueden? ¿Acaso no son capaces de torcer nuestra memoria? ¿De pretender que un asesino ya no lo es más porque se puso viejo? ¿Los devuelven a casa? Muy bien: ¿Dónde están mis amigos? ¿Dónde están nuestros hijos, nuestros padres y hermanos?

Les recuerdo una cosa:
Todavía cantamos. Todavía pedimos. Todavía soñamos.
¡¡¡¡Todavía esperamos!!!


martes, 2 de mayo de 2017

El orante... Abelardo Castillo

El orante... Abelardo Castillo

En el exacto centro de mí mismo
hay un hombre que reza, cada noche,
yo lo dejo
tratando de no perturbarlo demasiado.

él no cree en las palabras que murmura
pero reza de noche
cuando siente que yo no lo vigilo.