Alguien
Un hombre trabajado por
el tiempo,
un hombre que ni
siquiera espera la muerte
(las pruebas de la
muerte son estadísticas
y nadie hay que no corra
el albur
de ser el primer
inmortal),
un hombre que ha
aprendido a agradecer
las modestas limosnas de
los días:
el sueño, la rutina, el
sabor del agua,
una no sospechada
etimología,
un verso latino o sajón,
la memoria de una mujer
que lo ha abandonado
hace ya tantos años
que hoy puede recordarla
sin amargura,
un hombre que no ignora
que el presente
ya es el porvenir y el
olvido,
un hombre que ha sido
desleal
y con el que fueron
desleales,
puede sentir de pronto,
al cruzar la calle,
una misteriosa felicidad
que no viene del lado de
la esperanza
sino de una antigua
inocencia,
de su propia raíz o de
un dios disperso.
Sabe que no debe mirarla
de cerca,
porque hay razones más
terribles que tigres
que le demostrarán su
obligación
de ser un desdichado,
pero humildemente recibe
esa felicidad, esa
ráfaga.
Quizá en la muerte para
siempre seremos,
cuando el polvo sea
polvo,
esa indescifrable raíz,
de la cual para siempre
crecerá,
ecuánime o atroz,
nuestro solitario cielo
o infierno.
Jorge Luis Borges.