Sobre héroes
y tumbas (Fragmento)..... Ernesto Sabato
“...Patria!
¿La patria de quién? Habían llegado por millones de las cuevas de
España, de las miserables aldeas de Italia, de los Pirineos. Parias
de todos los confines del mundo, hacinados en las bodegas pero
soñando: allá les espera la libertad, ahora no serían más bestias
de carga. ¡América! El país mítico donde el dinero se encontraba
tirado en las calles. Y luego el trabajo duro, los salarios
miserables, las jornadas de doce y catorce horas. Ésa había sido
finalmente la verdadera América para la inmensa mayoría: miseria y
lágrimas, humillación y dolor, añoranza y nostalgia. Como niños
engañados con cuentos de hadas y llevados a la esclavitud. Y
entonces ellos, o sus hijos, dirigían sus miradas a otras utopías,
a tierras futuras de las que hablaban libros violentos y a la vez
llenos de ternura por ellos, por los miserables; libros que les
hablaban de tierra y libertad, y los empujaban a la revuelta. Y
entonces mucha sangre corrió en las calles de Buenos Aires, y muchos
hombres y mujeres y hasta niños de esos infelices murieron en 1905,
en 1908, en 1910. ¡El Centenario de la Patria! ¿De la patria de
quién?, se preguntaba Carlos con una mueca irónica y dolorida. No
había patria, ¿no lo sabía yo? Había el mundo de los amos y el
mundo de los esclavos. ¡Pan y libertad!, gritaban obreros venidos de
cualquier parte, mientras los señores, aterrorizados y furiosos,
lanzaban la policía y el ejército sobre aquella turbamulta. Y así
más sangre y entonces más huelgas y manifestaciones y nuevamente
atentados y bombas. Y mientras el hijo del señor estudiaba en algún
liceo de Suiza o de Inglaterra o de Francia, el hijo de aquel obrero
sin nombre trabajaba en los frigoríficos por cincuenta centavos al
día, se volvía tuberculoso en las cámaras frías y finalmente
agonizaba en anónimos e inmundos hospitales. Y mientras aquel otro
muchacho leía a Keats y Baudelaire, este otro descifraba con
dificultad, como Carlos en ese momento, algún texto de Malatesta o
Bakunin; y algún niño llamado Roberto Arlt aprendía en las calles
el sentido general de la existencia humana. Hasta que estalló la
Gran Revolución. ¡La Edad de Oro estaba próxima! ¡De pie los
pobres del mundo! El Apocalipsis de los Poderosos. Y nuevas
generaciones de muchachos pobres y de estudiantes inquietos o
disconformes leyeron a Marx y Lenin, a Gorki y Kropotkin. Y uno de
ellos era aquel Carlos, que ahora yo vuelvo a ver, como si lo tuviera
delante de mí, como si no hubieran pasado treinta años, deletreando
aquellos libros, empecinado y ansioso. Se me aparece ahora como un
símbolo de aquel colapso del 30, cuando, con el derrumbe de sus
templos de Wall Street, la religión del Progreso Indefinido empezó
a llegar a su término. Quebraban cadenas de imponentes bancos,
grandes industrias se hundían, decenas de millones se suicidaban. Y
la crisis de la metrópoli de aquella arrogante religión laica se
extendía en violentos maremotos hasta las regiones más remotas del
planeta......”
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